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17 Invisibles en Mixcoac

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Para qué me entrevistas si no me vas ayudar?”- me dijo un hombre viejo en situación de calle. Estaba acostado en el pasto húmedo, intentando despabilar la siesta de las dos de la tarde. Ridículamente me atreví a ofrecerle dinero, ya no para obtener una entrevista, buscaba más bien resolverle momentáneamente el hambre o la sed. “No, eso tampoco me va a ayudar en nada”-sentenció. Un hombre de más de 60 años, con la ropa sucia y bolsas de plástico en las que cargaba lo que pudiera utilizar ese día.

Quería conocer su historia de vida, las razones, goces y desgracias por las que ha pasado y que lo han dejado en la calle. Y es que al igual que él, existen al menos otras 16 personas que habitan las calles del barrio de Mixcoac. Varios de ellos y ellas llevan poco más de medio año mendigando la zona, mientras que otros ya llevan lustros y décadas.

Entre los límites de Periférico, Churubusco, avenida Insurgentes y el eje 6 (San Antonio), hay una comunidad de seres humanos que han recibido la desgracia de ser llamados vagabundos, gente sin casa, en situación de calle, etc.

Y es que antes que indigentes, son seres humanos y sociales que han tenido una familia, una casa y un pasado, pero la condición física y mental con la que deambulan parece asustar a los vecinos de la zona. En algunos casos son reprimidos y ahuyentados por elementos privados de seguridad. Como es el caso de Galerías Insurgentes, ubicada en la avenida del mismo nombre y eje 7, en donde los uniformados de rojo con azul suelen expulsar a los indigentes fuera de los límites de su propiedad.

Pero lo más crudo y banal es que no sólo se les aleja, sino que se les invisibiliza. Nos hacemos creer a nosotros mismos que ellos no existen, que no están, salvo aquellas presumibles almas caritativas que intentan resolverles su problema regalándoles una limosna.

Cinco personas que habitan el barrio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Algunos de estas personas tienen nombre: Pedro, Fernando, Carlos, Raúl y Laura (Juan), y viven y habitan las calles de Mixcoac. Esta es su parte de historia de vida:

 

 

Carlos

Tiene 54 años y está en Mixcoac desde hace 6 meses. Recuerda haber nacido en la calle de Gabriel Mancera, en la delegación Benito Juárez. Lo metieron a la cárcel  y estuvo en ella más de 20 años, aunque su sentencia original era de 40. Carlos acostumbra a descansar y caminar en las calles de Félix Cuevas y Patriotismo. Sabe lo que pasa en el barrio: quién se sacó la lotería, quién se murió, quién le regala un café o una moneda, y reconoce el nombre y el lugar en el que duermen otras personas en su misma situación. Sus manos hinchadas y los zapatos rotos enmarcan un rostro cansado más que por la edad, por el calor intermitente, el ruido de los coches y el desprecio de quienes lo ven pasar. Carlos camina y cuenta lo que la memoria o la imaginación le recuerdan. Sabe dónde está, sabe lo que hace y sonríe esporádicamente, siempre y cuando no esté cansado porque entonces, se sienta y descansa, frunce el ceño y ve a la gente pasar.

 

 

Fernando

“Aquí nací, aquí vivo, soy del Distrito Federal, de la colonia Allende, y en Mixcoac sólo estoy de paso”, dice Fernando mientras aclara que tiene 46 años. Cuenta que cada día sale a buscar trabajo: de mecánico o de albañil, y también en el campo cuando es época de cosecha. Asegura que no le gusta acercarse a la gente, no quiere molestar.  “Yo respeto”, enfatiza. Tiene familia y una casa, sabe donde están pero su hogar es la calle. “Me da alegría saber que estoy todavía aquí a mis años”- platica, mientras el nerviosismo al hablar se le nota en las manos. Cuando le pregunté si podía grabar la conversación dijo amablemente que haría el intento, que no sabría si podría. “No tengo problema en que me preguntes”- dijo, y durante varios minutos hablaba sin pena, aunque sus manos se acariciaban suavemente como queriéndolo tranquilizar. A Fernando se le escapa la mirada, vigilando su alrededor, es cauteloso y amable: su mano cálida despidió nuestra conversación en esquina de Cádiz y Félix Cuevas.

 

 

Raúl

Con catorce años en la calle, Raúl habita el sur de la ciudad en las colonias de Mixcoac, Coyoacan y San Ángel. Estuvo en Miami seis años pero fue deportado y regresó a la Ciudad de México. Nació en la delegación Magdalena Contreras y ahí tiene casa y familia, pero cuenta que tiene problemas: muchos hermanos, todos pobres. Cuando era joven su padrastro lo maltrataba y por distintos motivos empezó a drogarse. Relata que no le gusta estar en la cárcel ni en los albergues: le pegan, él también violenta a otras personas en situación de calle y entre ellos, suelen tener relaciones sexuales sin protección. “Por eso cargo condones conmigo…”, cuenta. Raúl es católico, va a la iglesia y está próximo a cumplir cuarenta y cinco. Reconoce con tristeza los problemas que ha tenido en casa. Con las uñas largas de las manos se frota la rodilla, acaba de llover y el frío de la tarde no perdona la ropa y chamarra con las que Raúl intenta mantenerse en calor. Cabizbajo, sabe que debe batallar con su esquizofrenia, pues hay momentos en que se “pone fuerte e intensa”. Intenta llevar su vida con cerveza y con mota, y aclara sin pena, que le falta recortarse el cabello. En la bolsa derecha de sus jeans de color negro guarda su identificación, por si es que algún día le preguntan quién es. Me despido no sin antes escuchar su preocupación por la edad: “Al rato ya van a ser 46, va a llegar la vejez y al rato… ya no sé”.

 

 

Pedro

Las pocas palabras que salen de su boca se oponen a la cantidad de años que tiene: 68. Mientras come su manzana recién cortada cuenta que con él, los policías ya no se meten. Aclara que como “es tiempo de lluvias”, pocas personas se quedan a dormir en el parque San Antonio, ubicado en avenida revolución. Pedro habla poco, está atento a su alrededor y con cautela, ve cómo se acercan dos personas. Se conocen, uno de ellos alza la voz y me pregunta que qué es lo que estaba yo haciendo, que si la grabación era para algún canal de televisión o qué cosa. Le expliqué que no, y con cierto desdén volteó a ver a Pedro, le dijo unas palabras que no alcancé a entender y se fueron a unos botes de basura a buscar algo que al parecer, ya habían planeado encontrar.

 

 

Laura (Juan):

Afuera del metro Mixcoac se encontraba una señora de edad avanzada hablando sola, que bien tuvo a procurar silencio y escuchar atenta mi solicitud de platicar. Enmudecida levantó su índice, y  junto con el movimiento de cabeza, se negó rotundamente. Le dije gracias y caminé al otro lado de la salida del metro en donde encontré a Laura. Le dije lo que estaba haciendo, y quizás porque estaba intentando despabilarse del frío matutino de septiembre, terminó por aceptar la entrevista. Habló poco menos de tres minutos, tenía que irse “a convivir” con otras personas en situación de calle en la colonia Merced. En Mixcoac sólo durmió y lo ha venido haciendo desde hace 6 meses. De manera amable me dijo que podía tomar fotos antes de que se despertaran sus compañeros. Cuando esto ocurrió, quién parecía ser el líder me dijo que no lo hiciera: “toma fotos a otro lado, aquí no. Neto, llégale carnal”- fueron sus palabras. Y de alguna forma intenté entenderlo: ¿para qué estaba yo tomándoles fotos?

Se necesitan más que monedas

 

 

Fueron cinco personas las que me contaron una pequeña parte de su historia de vida. Previamente había identificado a 17 de ellos en Mixcoac, pero algunos me negaron sin empacho la plática y a otros, me fue imposible volverles a encontrar en el lugar en el que les había visto. Conocer a estas personas y sus historias, así como hacer algunas fotos en el momento, significa reconocer la condición en la que sobreviven, seres humanos que son nuestros vecinos y habitan la calle no porque sea su anhelo.

 

 

Las desigualdades de clase, culturales y alimenticias responden a un pasado de violencia y desigualdad. Fernando, Carlos, Raúl, Pedro y Laura no aparentan ningún desorden, enfermedad o demencia. Simplemente están cansados, mojados por la lluvia, algunos tienen las manos hinchadas, el cabello largo, pero lidian con eso; entienden y enfrentan su situación.

Incluso sonríen y se van a convivir con otras personas en su misma situación, también cuentan sus monedas, comen fruta, pan, refresco y en algunos casos droga. Su situación es más compleja que no se atiende y soluciona solamente con el paternalismo popular de exigirle a las instituciones capitalinas que resuelvan el problema. Por otro lado, darles monedas o comida, entrevistarlos o conocer un poco de ellos, tampoco resuelve nada. Quienes no vivimos en situación de calle no nos bastan unas monedas y un pan al día para vivir, entonces ¿por qué creemos que una persona que habita la calle sí debe conformarse con esto?

Son nuestros vecinos, nuestros habitantes de un barrio de no más de 37 km² de superficie. Mixcoac es un microcosmos en el universo del Distrito Federal, la ciudad más habitada de Norteamérica, la segunda del mundo. Los 37 kilómetros parecen nada en comparación con los casi 1500 km² de superficie todo el DF. Entonces, si esto es lo que pasa en Mixcoac ¿qué está ocurriendo en el resto de la ciudad?

La situación de estas personas -no en situación de calle, sino que habitan la calle- es compleja y quizás nunca se resuelva, mucho menos de manera inmediata. Pero un primer paso colectivo puede ser empezar por desinvisibilizarlos: ubicarlos, llamarlos por su nombre, saludarlos, reconocerlos como seres humanos y no como una subespecie que compite entre lo humano y lo animal, y pensar quizás que las monedas y limosnas, no terminarán por resolver el problema.

 

 

Por: Luis Vera

@Ulysses_Vera

 

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